La primera vez que don Quijote de la Mancha y Sancho Panza aparecieron en imágenes impresas fue en Londres, en la portada de la traducción inglesa que viera la luz en el taller de Bolunte en 1618: un caballero andante con una banderola en la punta de su lanza, largas barbas, y la bacía de barbero, el llamado yelmo de Mambrino, en la cabeza; y un Sancho Panza, escudero cortesano, con un sombrero con plumas y espada al cinto. El yelmo de Mambrino y el sombrero con plumas serán imágenes típicas de la representación del caballero y escudero cervantinos en la mayoría de los frontispicios que se publicarán durante los siglos XVII y XVIII.
Una de las más famosas ediciones es la que la Real Academia Española preparó en 1780 en los talleres madrileños de Joaquín Ibarra, que se impone como una de sus prioridades la de devolver las imágenes quijotescas a su espacio y tiempo inicial, al margen de la lectura que se ha impuesto en Inglaterra, por las que el jocoso caballero andante don Quijote de La Mancha se ha transformado en un héroe romántico.
Seis serán los ilustradores que elegirá la Real Academia para adornar la edición: Antonio Carnicero (diecinueve grabados), José del Castillo (siete), Bernardo Barranco (dos), José Brunete (uno), Jerónimo Gil (uno) y Gregorio Ferro (uno), quedando fuera de la nómina artistas de la talla de Francisco de Goya, que presentó, entre otros, un grabado que ilustraba la Aventura del rebuzno; años después realizará el pintor aragonés un grabado con una curiosa imagen del hidalgo manchego que se vuelve loco de tanto leer libros de caballerías.
En el siglo XIX triunfará la imagen académica, junto a la imagen romántica, que poseía sus precedentes en reediciones inglesas, francesas y alemanas del siglo XVIII, y cuyo máximo exponente se encuentra en las ilustraciones de Gustave Doré publicadas en 1863.
Recorrido por las ilustraciones del Quijote a lo largo de la historia.