Crisis. Miedo. No sólo los griegos. También España. Lo conocemos.
Sr. Comisario: qué bien describes tu Grecia de hoy: al límite de la paciencia, al límite de las fuerzas, ¿qué más se puede aguantar? Tu hija, con las maletas para Uganda…, en Grecia no hay trabajo. Su marido, también se va, para acompañarla. Tú, comisario. Tú y tu mujer Adrianí desesperados de pena: tener que irse a África para no pasar hambre… ¿Qué nos trajo Europa? ¿Para qué vale?
Un día sí y el otro igual, y el otro, también: manifestaciones, descontento, corrupción. Los pobres siempre pagamos. Los ricos, no. Injusticia.
Qué bien lo haces Petros, qué bien lo entendemos los españoles. Y también, con esfuerzo, pero no mucho, entendemos que el defraudador Azanasios Korasidis (médico famosísimo), que el defraudador Stilianós Lasaridis y que, en suma, todas las personas ricas que valiéndose de favores de políticos y funcionarios corruptos, no pagan sus impuestos, deban ser castigados. Castigados de manera ejemplar: todos estamos sufriendo, todos menos ellos, que alegremente ganan cada vez más con el beneplácito de políticos que sólo tratan de perpetuarse.
Petros, llegamos a entender que el clamor popular aplauda a tu Recaudador Nacional, que actúa de inmediato: el defraudador o paga, o muere. ¡Qué manera tan directa de mostrarnos el límite de la paciencia con nuestros dirigentes! Griegos o no griegos. Y ¡qué manera de evidenciar la incapacidad del Gobierno, que a pesar de crear leyes y leyes anti defraudadores, cada año se defrauda más!
Comisario Jaritos: ¿Por qué en contra de miles de manifestantes no participaste en la colecta a favor del Recaudador Nacional, del asesino? Porque tú, a pesar de lo que en tu fuero interno aplaudes, antes de nada eres policía. Policía, y honrado y además, necesitas el ascenso que te prometieron y del que tú ya le hablaste a tu mujer. Tú, aunque muchos ricos no lo hagan, seguirás pagando tus impuestos, impuestos que te quitan directamente de tu nómina cada vez más raquítica.
El Departamento de Homicidios del Comisario Jaritos está a medio gas, como todo en Grecia, pero cuando encuentran asesinado al Dr. Korasidis en un recinto arqueológico, el Comisario y todo su Departamento despiertan a la actividad. Todas las víctimas siguientes tienen en común que son ricos y defraudan al fisco. El modus operandi del asesino consiste en mandar una carta a cada posible víctima, diciéndole que o paga la cantidad defraudada o se procederá a la Liquidación Final. El asesino firma como el Recaudador Nacional. Si el defraudador paga, le envía una nota agradeciéndoselo. Si no paga, lo mata con cicuta y abandona su cadáver en recintos arqueológicos.
El asesino encuentra un gran apoyo popular, incluso con colectas para pagarle sus honorarios de Recaudador, ya que en apenas unos días recaudó casi un millón de euros, mientras que el Ministerio de Economía era, paradójicamente, inútil en ese tema.
Al final, para disgusto de la gran mayoría del pueblo griego y alivio de las clases dirigentes, se descubre quién es el asesino. Para ello, Jaritos y los demás policías necesitan algo de pericia, bastante astucia y una gran dosis de suerte.
El Recaudador Nacional dejó una profunda huella en Grecia: fue el único que consiguió recaudar dinero de los ricos e incluso logró que personas que pensaban en suicidarse no lo hicieran gracias a atisbar que alguien puede hacer Justicia.
En Liquidación Final, Petros Márkaris hace una crítica social de Grecia y la destrucción del estado del bienestar. Los recortes, el paro y el descontento generalizado nos muestran cómo los griegos prefieren matar a los defraudadores antes que permitir que sigan defraudando. Un asesino es quien nos hace ver claramente nuestro odio a los que, riéndose de nuestros males, viven ricamente y sin pagar impuestos, cuando a todos los demás nos esquilma la parcialidad del Estado. Y el comisario Jaritos es quien va a descubrir a ese asesino, tan aplaudido por todos nosotros, e incluso por el propio Comisario y su mujer.
Mientras tanto, la inmensa mayoría de los griegos, abrumados por los recortes y las desgracias deben apretarse el cinturón más que nunca.
En resumen, un libro realista, que merece la pena leer. Pero recordad lo que advierte el autor: “se desaconseja cualquier imitación de los hechos narrados en esta novela”.
Muchas gracias, Petros.
Laura Gil Besada, 1ºBI